La premisa fundamental del proyecto consiste en habilitar el espacio para desarrollar dos actividades diferenciadas en una superficie limitada a 23 m2.

Durante las mañanas, el local es un clásico despacho de pan y leche, donde se cocinan empanadas y tartas al mismo tiempo que se ofrecen todo tipo de panes y dulces.

Por las tardes, el espacio muta para convertirse en un taller para niños donde aprenden a cocinar de manera saludable y sostenible, realizando ellos mismos las creaciones que finalmente podrán cenar. Para este uso se fabrica una mesa de granito donde los pequeños pueden amasar pizza y jugar con chocolates sobre la propia piedra. En este punto, el recorrido privado de las mañanas desaparece, y todo el volumen se convierte en una gran cocina para niños.

Mostrador de madera y mesa de granito son partes fundamentales para generar y separar los recorridos. A estas dos piezas se unen aparadores recuperados y lámparas que obtienen una segunda vida.
Finalmente, la nueva instalación eléctrica está envuelta en tubo de cobre, siendo este el único material que aporta color a la intervención.